“El consultorio y la Estomatología son mi vida”. Por Eduardo Luis Ceccotti

Panorama Odontológico quieren rendir homenaje en vida a un gran estomatólogo, colaborador y amigo: el académico profesor doctor Eduardo Luis Ceccotti. Su historia de vida y trayectoria dejan huella en el quehacer odontológico y trasciende las fronteras.

El doctor Víctor Manuel Guerrero Reynoso recoge las historias de actores de la odontología latinoamericana. El doctor Eduardo Cecotti es uno de ellos y forma parte del libro electrónico Testimonios de vida y pasión. Este artículo es un resumen de uno de sus capítulos escrito en primera persona por la pluma de su protagonista.

Nací en Victoria, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Un típico pueblo ferroviario del norte del Gran Buenos Aires, con calles todavía empedradas, de gente trabajadora, la mayoría empleados del Ferrocarril, con su clásica plaza, su iglesia, su club social y los adorables personajes que en mi infancia eran héroes, como el vigilante Medina, el Padre Nardi, maestro de primer grado, Salinas el diariero, Don Pascual y Felipe, los almaceneros y una legión de chicos con los que organizábamos los partidos de fútbol en la plaza o en terrenos descampados cada sábado y domingo, con una pelota con tientos a la cual todos evitábamos cabecear.

Con ellos también disfrutábamos días de pesca, ya que el Río de la Plata estaba muy cerca de esa zona.

Mis abuelos eran italianos, llegaron a la Argentina a fines del siglo XIX y tuvieron seis hijos. Se instalaron en Victoria, donde nació mi padre.

Mi madre, de una familia de ocho hermanos nació en San Isidro, localidad cercana a Victoria; la muerte prematura de su padre los obligó a trasladarse a Victoria.

Allí se conocieron y de esa unión nacimos mi hermano Horacio y yo. Yo soy el menor. Me lleva siete años.

Mis padres eran de clase media, empleados en empresas estatales creadas por los ingleses. No sobraba la plata, pero nunca nos faltó nada de lo que podíamos aspirar en esa época. Es más, con su sacrificio nos dieron la posibilidad de estudiar una carrera a ambos: Odontología.

A los 15 años, cursando el cuarto año del secundario, un gran amigo insistió en presentarme a una amiga de su novia. Acepté y acerté. Era Beatriz, mi compañera de toda la vida, con la que hoy disfrutamos de tres nobles hijos y seis hermosos nietos. Decidí estudiar Odontología, no porque haya sido mi vocación, sino tal vez por seguir los pasos de mi hermano, a quien siempre tomé como ejemplo y consejero en cada circunstancia de mi vida.

Al recibirme, comencé a trabajar en sociedad con un colega y amigo para compartir los gastos y sobrellevar los duros inicios en la profesión.

Matrimonio con Beatriz

Al poco tiempo, con Beatriz, decidimos casarnos y continuar lo que había comenzado en la adolescencia y que hasta el día de hoy perdura gracias a Dios.

Al año de egresar de la Facultad de Odontología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) ingresé como ayudante de segunda en la Cátedra de Clínica Estomatológica, ya que me había entusiasmado con la disciplina cuando cursé la materia.

Pasé 18 años en esa Cátedra retirándome como Profesor Adjunto, para acceder a Profesor Titular de la materia en la Escuela de Odontología de la Universidad del Salvador, entidad privada con sede en Buenos Aires. Las clases teóricas y prácticas se llevaban a cabo en la Asociación Odontológica Argentina, en aquel momento la más importante sociedad científica del país. También asumí la Presidencia de la Sociedad Argentina de Patología Clínica Buco Maxilofacial.

Unos años antes, se me ocurrió fundar un Servicio de Estomatología en la sede del Círculo Odontológico de San Isidro, explicándoles a mis colegas que debíamos salir del claustro universitario y llevar la especialidad extramuros, ya que por ese entonces era tierra de nadie.

Me ofrecieron la Presidencia del Círculo Odontológico, que acepté con agrado, generando innumerables acciones junto a un maravilloso equipo de colaboradores.

“Siempre que rezo, lo único que hago es agradecer a Dios todo lo que me permitió. Nunca le pido nada. Sería un abuso”.

Enteradas las autoridades de la Asociación Odontológica Argentina (AOA) de mi paso por la presidencia del Círculo Odontológico, me invitan a participar en la tarea dirigencial de la institución. Allí me inicié como vocal suplente y llegué a Director de la Escuela de Posgrado y a Presidente de dicha entidad.

Paralelamente, en la profesión se me presentaron oportunidades económicas que me permitieron aumentar mi tiempo en la docencia y escribir cuatro libros sobre la especialidad, que me abrieron la puerta al mundo de las conferencias y cursos nacionales e internacionales.

La aparición del SIDA

En la segunda mitad de la década de los 80 llega el SIDA a la Argentina. Mi interés por la enfermedad, me llevó a pedir autorización al jefe de Infectología del Hospital Muñiz de la Ciudad de Buenos Aires, Centro Nacional de Referencia, para que me permitiera revisar la boca de estos enfermos, que cada vez ocupaban más camas e iban muriendo semana tras semana.

Fue una gran experiencia, no solo por lo que pude aprender, sino que fue la fuente de información para mis primeros dos libros, en cuyos prólogos, el Prof. David Grinspan, un maestro de la Estomatología argentina y el Dr. Jorge Benetucci, quien guió mis primeros pasos en la infectología, escribieron frases generosas, que guardo como uno de los premios más preciados de mi carrera.

En esa época, recibo la invitación para visitar la Universidad de Alabama en Birmingham en la Cátedra de Patología Oral del Prof. Brad Rodu, siendo mi tutor y amigo el Dr. Mario Martínez, Profesor Consulto de la materia en esa universidad. Allí accedí a una valiosa actualización de conocimientos sobre la especialidad, que luego apliqué en mi consulta en Argentina.

Pero todo lo relacionado con la infección por VIH me apasionaba cada vez más. Llegó a mis manos un libro escrito por Dominique Lapierre, cuyo título era: “Más grandes que el amor”. Allí el autor, con rigurosidad de investigación periodística, volcaba la historia del SIDA desde el paciente cero hasta los primeros intentos terapéuticos. Presentaba al primer médico que alertó sobre la enfermedad a la comunidad científica mundial: el Dr. Michael Gottlieb de la UCLA. Las características del sufrido barrio El Castro de San Francisco, punto de encuentro de la comunidad homosexual de la época, y lugar de in- contables muertos por la infección. Las invalorables investigaciones del equipo del Centro del Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta (CDC). Los emocionantes momentos vividos en el Instituto Pasteur de París, cuando el equipo del Dr. Luc Montagnier descubre el virus causante de la infección y las deshumanizadas luchas comerciales para patentar el descubrimiento con envidiosos personajes americanos.

Ese libro fue tan motivante que, acompañado por Beatriz, decidí transitar ese camino para conocer y conversar con esos personajes que hoy son leyenda y visitar los lugares.

Examiné pacientes en el Hospital General de San Francisco, California, el centro de derivación más importante en esos años. El Dr. Gottlieb nos recibió amablemente en su clínica de Los Angeles, donde hablamos más de una hora de su riquísima historia, desde que vio al primer paciente. Recorrimos el barrio El Castro, en San Francisco, conversando con sus habitantes, los cuales lloraban a sus muertos pero a la vez enseñaban ahora con entusiasmo todas las practicas preventivas para evitar el contagio.Viajamos a Atlanta, Georgia, donde los científicos del CDC nos narraron sus experiencias y generosamente me entregaron importante documentación sobre la infección.

Prevención del Cáncer Bucal

Aprovechando mi viaje a Europa para asistir al Congreso Anual de la FDI en Berlín, pasé por París y pude visitar el Instituto Pasteur, donde conocí al Prof. Dr. Luc Montagnier y a la Dra. Barré Sinoussi, quienes además de recibirme con afecto y la humildad de los grandes, también me obsequiaron documentación sobre sus estudios.

En ese viaje, por invitación del laboratorio Merieux Pasteur, visité en Lion la fábrica de vacunas contra la hepatitis B. Fui recibido por autoridades del laboratorio, quienes además de acompañarme a visitar las diferentes etapas de producción, terminamos la visita con un almuerzo inolvidable donde, a través de enormes ventanales, veíamos el verde parque que rodea la planta, saboreando los más exquisitos quesos y vinos franceses.

A fines de los 90 me sumo a FOLA, siendo presidente el Dr. Enrique Cister, con quien organizamos una Campaña de Prevención del Cáncer Bucal y SIDA en Latinoamérica, dictando cursos en varios países sudamericanos. Las visitas a Santo Domingo, Cuba y Haití acompañados también por el Dr. Adolfo Rodríguez Núñez, el Prof. Jacobo Armach y el gran Julio Santana Garay, fueron las más relevantes de todos los viajes, no sólo por la utilidad de la tarea docente, sino por el espíritu de amistad, camaradería y sano clima de diversión que compartíamos los cinco.

Paralelamente, continuaba con mis actividades docente asistenciales. Fui fundador y primer jefe de la Sección de Patología Bucal del Instituto de Estudios Oncológicos de la Academia Nacional de Medicina. Esa distinción no solo fue personal, sino que fue un reconocimiento en el Templo de la Medicina, a la profesión Odontológica en la incumbencia de la Medicina Bucal.

Por la generosidad de mis pares, accedí a un sitial en la Academia Nacional de Odontología y al Título Honorífico de Maestro de la Facultad de Medicina de la Universidad del Salvador y Maestro de la Odontología Argentina de la Asociación Odontológica Argentina.

En uno de mis innumerables viajes invitado a dictar conferencias y cursos, en Río de Janeiro, durante un Congreso Internacional fue que conocí a tres simpáticos personajes con los cuales en cuestión de minutos coincidimos en todo lo referente a la política institucional, a la vida: los doctores Víctor Guerrero, Jaime Edelson y Armando Hernández.

Ellos me abrieron la puerta de su hermoso país, México, generándose una afectuosa relación que se realimenta en cada encuentro hasta hoy.

Mi paso por la Federación Dental Internacional me permitió ampliar la visión institucional a nivel mundial y conocer gente de gran valor como Orlando Monteiro da Silva, Gerhard Seeberger, Alvaro Roda, el querido Lauro Medrano, Gorky Espinoza, Byron Sigcho y tantos otros que honraron a su paso a sus respectivos países.

El cáncer bucal fue un tema principal en mi especialidad. Comencé tímidamente en los años 70 a desarrollar una Semana de Prevención del Cáncer Oral en mi pueblo, colocando con la ayuda de mi pequeño hijo, carteles con consejos preventivos y lugares de examinación, en vidrieras, plazas árboles. Años después, propuse y fue aceptado en una reunión de FOLA en Río de Janeiro que se instituyera el 5 de Diciembre como Día Latinoamericano de Lucha Contra el Cáncer Bucal. Lo mismo logramos concretar con un decreto presidencial para que ese día, también en la Argentina, se generen acciones en todas las provincias para concientizar a la población sobre los riesgos y las características de esa enfermedad. Esto fue logrado en mi paso por el Ministerio de Salud de la Nación como Director de Políticas Públicas en Salud Bucal, y por decisión y apoyo total de mi amigo Javier Canzani, Director Nacional de Salud Buco Dental de dicho Ministerio.

Mientras escribía este texto, “por momentos, de viejo, se me cayeron algunas lágrimas, en otros pasajes me sentí joven, también orgulloso del camino recorrido”.

Esa fecha se dispuso en honor al Dr. Julio Santana Garay, profesor cubano que con su Programa de Prevención logró disminuir un 10% de muertes por cáncer bucal en la isla.

Aficiones

Me gusta el futbol. Lo jugué como aficionado desde chico y desde adolescente a veterano lo hice en el Club San Fernando, en campeonatos internos muy divertidos. Soy fanático de River Plate y tengo mi corazón también en el Club Atlético Tigre, el estadio de mi pueblo natal, Victoria.

La pesca es otro de mis entretenimientos. Años atrás organizábamos con 13 colegas, viajes a Corrientes, provincia litoraleña donde el Río Paraná nos permitía disfrutar jornadas enteras de pesca de dorados y surubíes, al mismo tiempo de inolvidables cenas al regresar, donde cada uno contaba su experiencia del día, generalmente un poco aumentada en relación a la realidad.

Actualmente, disfruto con mis hijos y nietos la pesca desde el muelle de Pinamar, una villa de mar en el litoral Atlántico de Buenos Aires, donde junto a toda mi familia y mis amigos, los asados criollos al asador, son infaltables en las estadías de invierno y verano.

Dado que el calendario me atacó con ganas, ya no salgo a correr como antes, ni a jugar al tenis o al golf como desvergonzadamente lo hacía con mis amigos; ahora camino todo lo que puedo en mi barrio, Martínez, cuyas calles arboladas y soleadas te invitan a hacerlo.

También incursioné por un tiempo en la náutica, mi pequeño crucero sirvió como lugar de encuentro de la familia, en cálidas tardes por los ríos del Delta Bonaerense.

La música me atrapó de joven. Aprendí a tocar la guitarra como intuitivo y llegué a componer más de 60 canciones que registré en la Sociedad de Autores y Compositores; inexplicablemente, ese hobby inesperado lo abandoné sin extrañarlo, pero me queda la satisfacción que, tal vez algún gen insistió en quedarse, y hoy todos mis hijos y nietos tocan instrumentos y cantan muy bien.

Como casi todos los latinos, para mí la familia es lo más importante. Desde siempre reuní a todos cada domingo para compartir, asado de por medio, las historias y novedades que grandes y chicos tienen para contar sobre su semana. Ese escenario cambió desde que vendimos nuestra casa grande para vivir en un apartamento más chico, ya que ahora somos solo dos, pues cada hijo formó su familia y construyó su propia casa. Los encuentros son ahora en sus parrillas.

En uno de esos asados, estando los 13 de sobremesa, se me ocurrió decirles que si vendía la casa, los invitaría a todos a Italia, a visitar el pueblito donde nació mi abuelo y el lugar de origen de nuestra familia. El comentario quedó flotando y otros temas lo fueron opacando.

Se vendió la casa y como no podía ser de otro modo, el pelotón volvió a la carga con el viaje. Beatriz se puso el tema al hombro y comenzó la compleja organización relacionada con pasajes, alojamientos traslados, fechas, ¡para trece personas!

Pudimos concretar ese sueño, el cual no solo consistió en llegar hasta aquel pueblito de montaña sobre el Adriático, sino también en permitirme ver a hijos y nietos en Roma, París, Barcelona y Madrid, algo que nunca había imaginado cuando regresaba de jugar al futbol en el descampado de Victoria muchísimos años atrás. Siempre que rezo, lo único que hago es agradecer a Dios todo lo que me permitió. Nunca le pido nada. Sería un abuso.

Hoy, sigo atendiendo pacientes de Patología Oral, ya que ex alumnos, discípulos y colegas me siguen derivando. No quisiera jubilarme. Me gustaría partir al pie del sillón, cuando Dios lo decida. El consultorio y la Estomatología son mi vida.

Volqué aquí todo lo que fui recordando, de acuerdo a la propuesta de mi querido amigo Víctor Guerrero. Es lícito, que al no tratarse de un personaje que justifique especial atención, pueda resultar de poca trascendencia. Es lógico y nadie puede enojarse por eso.

Sólo puedo decir que mientras lo escribía, por momentos, de viejo, se me cayeron algunas lágrimas, en otros pasajes me sentí joven, también orgulloso del camino recorrido y por supuesto también vinieron a mi mente momentos difíciles, que no daba para comentarlos, pero que me sirvieron a lo largo de la vida para no volver a transitar los mismos caminos.

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